Adicciones en el
siglo
XXI
Tener alguna adicción hoy día es
algo muy común. Es más, lo extraño es no ser adicto a algo o a alguien. La
adicción se puede entender como un estilo de vida dentro de nuestra cultura
moderna y sobrepasa con creces el fenómeno de las drogas como hoy las
conocemos. El caso es que vivimos en una sociedad que llama a la adicción
promocionando valores como el individualismo o la competencia, valores que nos
desconectan de los demás, que están muy lejos de fomentar las verdaderas
relaciones Yo-Tu y que propician relaciones enfocadas a manipular al otro, en
usar a nuestros semejantes como un objeto de consumo, de hecho, la adicción más
extendida en nuestros días es el consumo.
Esta forma de vivir crea un fenómeno conocido como dislocación social, la gente no acaba de encontrar su lugar,
surgiendo crisis existenciales por no encontrarle sentido a la vida. Las crisis
las combate la persona con los llamados distractores
emocionales, huyendo así de sus verdaderos sentimientos y emociones y
manifestándose en una incapacidad para sentir y finalmente en un vacío existencial. Así la adicción está
servida porque tratamos de llenar ese vacío infructuosamente con cualquier cosa, no tiene que ser una
substancia de las conocidas usualmente como droga. Cuando hablamos de adicción nos referimos a cualquier
substancia o conducta que hace a la persona esclava de sí misma en su cuerpo,
en su mente o en su espíritu. El término “adicción” proviene de “a dictio”,
referente a aquellas personas que seguían ciegamente (sin control ni voluntad)
a un líder. Posteriormente derivó en “addictio” y se refería a aquellas
personas que adquirían por deudas la calidad de esclavos (Ramos y Bonet 1991).
En definitiva, el adicto es un esclavo de aquello que puede con su voluntad, ya
sea una substancia (alcohol, heroína, tabaco) ya sea cualquier comportamiento
compulsivo (sexo, compras, juego, pornografía, trabajo…). Ese intento de llenar
un vacío existencial se convierte en una bola de nieve que hace que perdamos de
vista nuestra intención verdadera: encontrar el sentido de nuestra vida.
Desde la antropología se
considera ésta pérdida de sentido de la vida como una deshumanización, por lo
que la adicción no es más que un síntoma de este dejar de “ser humano”. Así, en
la relación de ayuda con las personas afectadas podemos substituir el manido
concepto de rehabilitar (cambio o
abandono de conductas adictivas) por el de rehumanizar,
una rehabilitación a la que hay que sumar un verdadero encuentro con el sentido
de vida (idea tomada de José Luis Cañas, profesor de Filosofía de la
Universidad Complutense de Madrid). El adicto asigna a su adicción la fantasía
de un sentido, pero esta no es más que una ilusión. Conseguir que la persona se
dé cuenta de esto es parte del proceso terapéutico y eso solo puede ocurrir aquí
y ahora mediante un retorno a la sensibilización con el propio cuerpo, con las
emociones, con sus semejantes y en ultima instancia haciendo una toma de
responsabilidad por sus acciones y desprendiéndose del apoyo externo ambiental
para recurrir al autoapoyo. En resumen, hacer el camino de retorno del ser
deshumanizado al ser humano.
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